Nov 21 2018 11:39

Reseña de Wajib de Annemarie Jacir

	Por Sandra M Ríos U
	Twitter: @sandritamrios

Los palestinos y los colombianos tenemos algo en común: el sentido del humor como fórmula de escape y distensión ante las enormes tragedias de nuestros países. Por eso es que las películas, en ambos lados, mezclan con tanta facilidad el drama con la comedia.

Wajib es una road movie citadina y emocional de la relación de un padre y un hijo, entre dos mundos opuestos, que representó a Palestina en los Premios Oscar 2018 aunque no fue nominada.

La historia de Wajib ocurre en Nazareth y en vísperas de navidad, lugar a donde regresa desde Italia Shadi, un arquitecto, para atender la boda de su hermana Amal y acompañar a su padre Abu Shadi, un profesor escolar, a repartir las invitaciones. De esa tradición proviene el título de la película.

Padre e hijo emprenden un recorrido por la ciudad para repartir los sobres y entre tanto somos testigos de un reencuentro que inicia con emoción y afecto y poco a poco se va tornando pesado y hostil, revelando las grandes diferencias de pensamiento. Un mar de cuestionamientos decantados por conflictos familiares (muchos no mostrados), las tradiciones y las brechas culturales inmensas (reflejadas) de oriente y occidente, donde se marcan diferencias vanas (el vestir, el corte de pelo) hasta los de trasfondos mayúsculos (como la invitación a un israelí que trabaja como espía para el gobierno). Al final, y con gran sutiliza, Wajib es también una película política, en el que la directora muestra el estado de las cosas, lo absurdo de ciertas costumbres, la migración, el caos de una ciudad, su tráfico y basura en las calles, que sirven a modo de metáforas.

La directora y escritora Annemarie Jacir, tiene la gran virtud de tomar un argumento tan sencillo en torno a un momento especial en un núcleo familiar y lo cubre de muchas capas, sin volverlo denso, sin perder el tono cómico y dándole incluso universalidad al relato.

Wajib entre los conflictos generacionales de padre e hijo refleja igualmente que las diferencias en los entornos familiares son conciliables, mostrando así el lado amable de las tragedias y su real fondo socio cultural y político.