Reseña “All of us Strangers”: Los traumas, el duelo con la soledad y los novios de Internet




Por Daniel Ruiz (en X: @tatoruiz

La nueva película de Andrew Haigh (45 years, Weekend) inicia con la imagen de un paisaje urbano arropado por un azul profundo sobre el que va cayendo la tarde. La imagen, punto de vista del protagonista, se transforma y termina por revelarnos a Adam (Andrew Scott), el protagonista, que se refleja en el cristal de la ventana y se va iluminando por el tono de ese atardecer. En pocos minutos Haigh nos sumerge en el tono que tendrá su película, uno melancólico. Es la génesis de un viaje fantástico y fantasmagórico.

Con “All of us Strangers” asistimos a un relato que viene a hablarnos de la grandeza del amor profundo. Ese amor que se da sin reparos y está limitado en el tiempo. En esta película el amor más fuerte y profundo es también el más difícil.

Adam es guionista, vive en uno de esos edificios de apartamentos modernos. Es, a todas luces, un hombre que está desanimado y al que parece estar costándole iniciar un nuevo proyecto de ficción. Una alarma lo obliga a bajar a la calle, desde donde divisa la figura de un hombre varios pisos más abajo de su apartamento. Ese hombre es Harry (Paul Mescal), quien posterior llega a tocar el timbre a Adam. Harry, en una de esas borracheras en las que no se sabe ni de quién es vecino, luce algo perturbado. En medio de sus balbuceos sugiere que son ellos dos los únicos residentes de aquel moderno edificio y parece suplicar por atención. Harry está evidentemente interesado en Adam, quien dada la condición de su vecino, decide evitarlo.

Volvemos a Adam. Se nos revela que ese proyecto que lo tiene entre estancado y ansioso, está relacionado a sus padres y a su pasado familiar. Y en lo que es un juego con la ambigüedad y la ilusión, Adam termina reencontrándose con sus padres en la vieja casa familiar. Un reencuentro que es también la unión de dos momentos y épocas distintas: la de los padres con la edad que tenían cuando Adam era un niño, y el presente de Adam, como hombre adulto.

En “Todos Somos Extraños”, Andrew Haigh tiene también la voluntad de revelar la belleza del desconsuelo. Por un lado, carga de luminosa magia el reencuentro del hijo con sus padres, que hace mucho murieron, pero que a raíz de la escritura de su nuevo proyecto, parece haber despertado en Adam la pena y los traumas de infancia. Es como si recién volviera a vivir el duelo de la pérdida y, al tiempo, notar los viejos y enormes vacíos. Por el otro, explora el fulgor del deseo, encarnado en la relación que inicia Adam con su vecino y que nos revela a dos hombres absolutamente vulnerables, solitarios. Cada uno llevando la melancolía como puede. Haigh rueda unas escenas preciosas. Llena la pantalla de miradas alentadas e ilusionadas, con tiros de cámara sutiles y siempre estimulantes al que también se le une una carga de erotismo. Si en “Weekend” ya dejaba entrever un talento para rodar el extrañamiento y el poder de lo íntimo, aquí se le notan las tablas.

Entre la avalancha de melancolía y nostalgia a la que nos expone, es posible experimentar el esplendor de lo erótico y lo platónico, por lo que no es extraño que parte de su público pueda llegar a sentir ligera lascivia. Entre las habilidades de Haigh con la cámara y la fotografía, está también la habilidad de escoger a sus protagonistas. Dos actores potentes y excesivamente atractivos. Qué digo atractivos, ¡buenorros! Los novios de toda la internet y las redes sociales. Mi cuenta de Instagram, por ejemplo, no deja de mostrarme imágenes de Mescal y en X no dejan de aparecerme los fragmentos de entrevistas de ese dúo tan tentador como magnético.

Uno los grandes aciertos de la película es el de saber equilibrar lo erótico con lo íntimo y lo desgarrador que resulta el abandono. Está repleta de momentos sumamente relevantes y todas llegan a resignificar la premisa de que hay variadas formas de intentar sobrevivir al dolor de la pérdida. La mayoría de ellas me pegó durísimo. Con algunas llegué a emocionarme hasta las lágrimas, como aquella en la que Harry confiesa que siempre se sintió como un extraño en su propia familia, o que en esa misma familia siempre aprendió a fingir, como parte de un ejercicio que buscaba no evidenciar los detalles su homosexualidad.

Por otro lado, en el reencuentro con sus padres, vemos escenas como aquellas en las que Adam tiene la oportunidad de salir del clóset con su madre, que no entiende lo de ser homosexual y no puede sino expresarle el miedo que aquello le genera. O aquella en la que conversa con su padre, (ojito a esta secuencia, maricas) logrando uno de los momentos más estremecedores de la trama y que está relacionado al lamento de ese padre por no haber sabido entender a su hijo. El trauma del abandono queda escenificado en una secuencia que los incluye a todos en la cama y es bellísima.

Esta película, adaptación de un libro de 1987 titulado Strangers, del escritor japonés Taichi Yamada, es hija de su tiempo y una película de las circunstancias. Sus protagonistas son un fenómeno en las redes sociales. Son dos íconos del trastorno cibernético en tiempos de viralización e idolatría desaforada, que también incluye la cosificación masculina. Todo eso ha ayudado a llevar a la película por derroteros que seguramente Andrew Haigh ni se imaginaba.

All of us Strangers es hija de un presente que busca retratar las relaciones no heteronormativas como parte de un “nuevo despertar” en la industria cinematográfica mainstream y es una película que ha sabido conectar con su público, que sabe muy bien aquello de lidiar con la soledad. Hace 4 años experimentamos una pandemia que nos puso al borde de la vulnerabilidad y nos demostró lo difícil que puede llegar a ser el aislamiento. Todos Somos Extraños es de esas películas con voluntad de ser inolvidable. A la ejecución de su premisa argumental y la elección de su casting, se le suma una banda sonora efectiva, una que resulta, sin lugar a dudas, nostálgica. Una que invita a un viaje al pasado en el que, como su protagonista, habrá mucho que recuperar.

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