Reseña de Río Seco de Pedro Hernández – Forma y fondo en conflicto




Por Juan Carlos Lemus Polanía (Twitter: @jclemus)

Como conjunto hemos confeccionado entre lo bello, lo bueno y lo inteligente, una triada elevada por la cual en muchísimas ocasiones desdibujamos las fronteras que separan estas categorías independientes. Esto sumado a la hiperimportancia del gusto personal, hace padecer a las películas cuando se las valora. Entonces, por cuanto y en tanto el cine como reflejo y cuestionamiento de la sociedad se valida la pregunta ¿puede ser una mala película una gran obra de arte?

Río seco se emplaza allá en ese conocido lugar colombiano a “donde va el viento y se devuelve” para en apenas una pequeña ventana de tiempo dejar ver cómo son las transacciones vitales de dos colombianos marcados por un pasado que se asume violento. Alejados del hálito divino Alirio (Santiago Londoño) y Raúl (Jefferson Quiñones) tienen un cambuche hecho de madera que además de montallantas hace las veces de hogar. Ellos pasan sus días entre chismes, juegos, cuidarse mutuamente, oír la radio donde, además de los éxitos bailables del momento, ellos se enteran sea de los resultados de la guerra, sea de los verdaderos héroes nacionales: los deportistas.

“Unos llegan sin avisar, otros se van sin hacerlo”

Mientras derritiéndose esperan clientes, ellos se las “ingenian” para sobrevivir, llega Carmen (María Cristina Restrepo), y ciertos espejos deben ser removidos para dar cabida a otros. El estatus que ella sostiene superpone un estrés al ecosistema que tenían este par de hombres. Su llegada tensiona a Alirio que no sabe cómo gestionar ni reaccionar ante ella. La presión explota con violencia y Raúl debe intervenir. Salvo un par de detalles, el desarrollo del personaje Carmen y algunos ángulos de cámara que no dicen mucho, la película logra mantener el suspenso creado y deja al espectador preguntándose por el pasado de estos personajes y los porqués de la visita. La primera parte del film nos deja en medio de un drama familiar del pasado que necesita varias explicaciones y salidas.

En la segunda parte llegan las respuestas que se sienten cortas al conocer el tan fuerte motivo que llevó a Carmen a emprender un viaje de dieciocho horas hasta enfrentar a Alirio. Ese es el fondo de Río Seco. Y si se deja allí, el desenlace planteado por la película acusa al guion de simplista en extremo.

Y mientras tanto la vida sigue. A un paseo sorpresa de reconciliación, y sus confesiones, le siguen acciones que demuestran afecto entre las partes. La radio habla de orquestas y baile de Puerto Sol, y la fiesta se arma. Los hombres que salen de cacería de mujeres, que están para el goce del hombre y deben exponerse, deben poder ser accesibles. Putas en últimas. Evidentemente no las mujeres propias. Y ahora me empieza a hablar la forma, porque en esta película “las” deben tener propietario. “Mi mujer, mi mamá, mis hermanas”. Ellas, las que hacen parte de ese harem intocable del que no está permitido a los demás siquiera hablar. Mucho menos desear. Entonces el acento del conflicto cambia y la solución esbozada por Río seco llega con el cambio de geografía. Aunque solo sea para llegar otra vez a lo mismo.

Una construcción cultural

Pedro Hernández ubica a sus personajes dentro de la cotidianidad que han sabido construir y deja saber dónde la relación se asienta. Pero con la forma encontrada en Río seco también él habla de dónde llegan las maneras de ser de estos personajes. Así que lo que termina de dar el mensaje es para mí la forma y no el fondo. La forma tomada por la película en lo que se echó de menos en el guion y en la representación de Carmen tal vez sea lo que busca Río seco. Por un lado, y salvo que se trate de una muestra de celos, la mujer debe ser calma y parca, no debe “joder” ni reclamar las acciones de los hombres porque “son cosas de manes”. Además, dentro de la inequitativa relación de poder entre hombres y mujeres ellas deben esperar a ser conquistadas, so pena de pasar a formar parte de ese colectivo estigmatizado llamado “las putas”. Y para mí en ello recae la importancia de este largometraje colombiano, por cuanto dejando atrás los problemas formales que se le puedan achacar, el mensaje estilo rayos x está imbuido en ella. Acá no cabe la crítica y sí el reflejo social. Lo bueno, por diferente, de este trabajo del director es que lo supo mostrar con solo tres personajes y en el típico paraje hermoso e inhóspito de los que está lleno el país. Un paisaje conocido tanto como la forma de ser de sus personajes, porque allende a lo superficial, Alirio y Raúl han querido ser —tampoco es que haya habido más opciones—, dejados atrás en ese territorio alejado donde el Estado nunca llega, y si llega es con las botas. Porque eso llamado Colombia siempre ha sido más paisaje que Estado y allá, en esos parajes, es donde se ha hecho la nación.

Así, pues, aunque ellos son madrugadores, queridos, amables, dicharacheros, y buenos trabajadores que se la rebuscan, también llevan el fardo que les hace hablar mal de los demás, ser envidiosos, abusivos, machistas, tramposos, descuidados, desordenados, explosivos, violentos, racistas, egoístas. Y eso suena a ese nosotros que hemos construido para amalgamarnos como conjunto social.

Ficha Técnica

  • Dirección: Pedro Hernánez
  • Guion: Pedro Hernández
  • Género: Drama
  • Duración: 86 minutos
  • Reparto: maría Cristina Restrepo, Santiago Londoño, Jefferson Quiñones
  • Fotografía: Luis Díaz
  • Producción: Magnolia López
  • Año: 2018
  • País: Colombia

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