Reseñas de La Tierra y La Sombra. De Cannes a las salas de cine colombianas


Por Sandra Milena Ríos y José Ubillus
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“Para mí La tierra y la sombra es un canto a la vida, a la libertad, a la dignidad y a la esperanza. Un intento honesto por limpiar nuestra mirada y repensar la forma en que nos vemos. Tal vez así comprendamos que nos une algo más que la indiferencia y que sólo manteniéndonos unidos podremos hacerle frente al olvido. Este proyecto es un aporte más a esa causa gracias a que finalmente he comprendido que mi mirada es lo que soy y de dónde vengo” – César Augusto Acevedo.

Por José Ubillus

En el reciente Festival de Cine en Cannes, el cineasta caleño César Augusto Acevedo con su opera prima “La Tierra y la Sombra” obtuvo, además del premio Cámara de Oro, dos galardones más (Prix de la Revelatión 4 y el Prix SACD. Leer lo que significa el premio para el cine colombiano). Así consigue un meritorio reconocimiento al cine nacional que al apartarse de trilladas temáticas con drogas, capos y violencia, surge con novedosos temas como esta obra, al presentar un drama pleno de simbolismo y nostalgia.

Muy buena dirección, acertado trabajo fotográfico y actuaciones naturales, le otorgan realismo a la historia que transcurre en un Valle del Cauca, enmarcado por un extenso cultivo de caña de azúcar. Además escenas bucólicas del árbol frondoso, el mar verde del sembrado, el resplandor del fuego y la cometa flameando, llevan en si explícitos mensajes que compaginan con el poema musical “Amor se escribe con llanto” del fallecido maestro Álvaro Dalmár.

El personaje central es Alfonso (Huimer Leal), quien retorna a su modesta casa y parcela después de 17 años de ausencia, se encuentra con la cruel realidad que atraviesa su familia, con el único recurso de continuar el explotador trabajo del corte de caña. Al igual que el resto de jornaleros palpa la fragilidad de esa existencia supeditada a la tierra y a las sombrías secuelas de esta actividad.


Por Sandra M. Ríos 

El porcentaje simbólico de esta película se eleva al mismo nivel de su naturaleza personal. La Tierra y La Sombra es una historia íntima de César Augusto Acevedo construida con sus recuerdos y completada con la ficción a raíz de sus ausencias. Es una historia con altibajos que se matiza con una de las atmósferas mejor logradas del cine nacional. Una atmósfera oscura, llena de desolación (atentos a una escena con un caballo). Una atmósfera de despojo y de pertenencia a la vez (leer, la atmósfera fue vista en Cannes como apocalíptica).

La ausencia de texto, su ritmo tan contemplativo, se completa con esa serie de claros elementos simbólicos que terminan determinando la vida o la muerte de sus personajes: los largos y extensos sembradíos de caña de azúcar, las polvorientas calles, la implacable ceniza, el humo que enceguece. Pero como la vida es de balances, hay un contraste con otros elementos que abrazan a la existencia: las raíces firmes de un árbol frondoso, un niño y su madre luchadora, una abuela que se aferra a su terreno y otros más.

Alfonso, el protagonista, regresa tantos años después a ver esos contrastes, respondiendo al llamado de su nuera, pues su hijo, el único hombre de la familia, está muy enfermo. 17 años que borran recuerdos y genera rencores, resquebraja los lazos, enfría corazones. 17 años donde el entorno ha cambiado y devora todo.

La mayoría de actores de La Tierra y La Sombra son naturales, en un trabajo realizado por la internacionalmente reconocida especialista en preparación de actores con esta naturaleza, Fátima Toledo. Las actuaciones con logros y limitaciones por su misma condición, reflejan el duro peso de esa tierra que se adueña y la sombra del aparente bien intencionado y arrasador progreso.

La Tierra y La Sombra representa para la cinematografía colombiana el primer premio más importante  que se haya obtenido en el exterior. El Cámara de Oro reconoce en Cannes a la mejor ópera prima de todas las selecciones oficiales (y se llevó tres galardones más). Este primer largometraje de Acevedo tiene los altibajos de aquellas primeras obras de un realizador, en este caso, las que suelen generarse cuando se actúa no con uno sino con varios actores naturales, y una historia que un poco más allá de la mitad termina perdiendo fuerza.

Esencia de este incuestionable largometraje honesto, personal y conmovedor también son el gran trabajo de fotografía a cargo del también debutante Mateo Guzmán y las actuaciones de Edison Raigoso y Marleyda Soto. Sobre el personaje de Edison (Gerardo, el hijo enfermo) se recrea el peso de las consecuencias de este drama (su muy creíble agonía), logrando momentos de total realismo y Marleyda Soto, única actriz profesional, que ayuda a reconectar la historia en los momentos en que cae, especialmente en los que aparece el tema de los corteros de caña, que se insinúa pero no se desarrolla por completo.

Desde el 23 de julio en salas colombianas.

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