Reseña Dogman de Matteo Garrone – El amigo de Juanito alimaña




Por Juan Carlos Lemus Polanía (Twitter: @jclemus)

Es común ver que las personas que carecen de cierta habilidad o característica de personalidad se sientan atraídas por las que la tienen a borbotones. Al Capone, Hitler, Pablo Escobar llenan páginas y pantallas cada año con narraciones que nos los retratan. Juanito alimaña, el intratable éxito salsero de Héctor Lavoe, es y será otra muestra de esa fascinación. Pero, ¿y si Juanito es el vecino? Dogman lo expresa sin trabas.

Matteo Garrone (Gomorrah, 2008) sigue en lo que se llama nuevo Neorrealismo para componer en Dogman una historia donde la dicotomía del protagonista pasa por las fidelidades a las que se debe en un contexto donde exaltado individualismo del presente tiene escasísimo campo de acción. El director apuesta además por los cuestionamientos éticos que le caben al público cuando por los ojos de los protagonistas se entiende cómo ese accionar moral se imbrica en el escenario donde estos se mueven.

Marcelo (Marcelo Fonte, premio Mejor Actor en Cannes 2018) es un apasionado dueño de una peluquería canina en un barrio marginal de Roma. Un tipo menudo y enclenque que a falta de físico es pura afabilidad. Él comparte sus ratos libres con su hija, a que adora y con la que bucea; y entre cenas y partiditos de fútbol con sus amigos. Y claro, como a ese 80 % de la población a la que les sobra mes al final del sueldo, él debe buscar segundas entradas. Así, Marcelo trafica cocaína para completar. Un servicio social, si se entiende como proveedor de un escape momentáneo de esas condiciones que vecindario ofrece. En “esa selva de cemento”, uno de sus clientes es Simone (Edoardo Pesce), un hombre-pitbull cuya inestabilidad emocional es fustigada por el uso insaciable de coca. Sí, de las “fieras salvajes” de las que habla Lavoe y con las que uno no se quiere topar. Marcelo, le teme, por supuesto, pero cómo se siente atraído por esa bestialidad, y a pesar del maltrato y abuso por parte del matoneador, de alguna manera le quiere y hasta protege.

Garrone hereda, como primogénito excelso, las características que marcaron esa época dorada del cine itálico. Por ende, va dando cuenta de las condiciones socioeconómicas de las clases menos favorecidas, de cómo esos contextos marcan la cotidianidad: pobreza, desempleo, frustración. Pero claro que el autor ha actualizado el repertorio. Ya las condiciones técnicas son brillantes, y Dogman ejemplifica lo anterior. Mención aparte a las actuaciones de los dos protagonistas, el bruto (Edoardo Pesce) que te encaja un miedo horrible de solo oír su moto, ni hablar de verle caminar; y Marcelo, con sus movimientos torpes y su risa acomodada. Conjuntamente, el excelso trabajo fotográfico de Brüel, cargado de marrones en la noche y de verdes cobrizos en las mañanas, subraya la suciedad campante donde la gente de esta barriada sobrevive. Y la banda sonora original de Michele Braga, que inquieta a partir de los tonos agudos y dota a la película de una sensación de incomodidad lúgubre más allá de lo que se está viendo. Braga regala un momento de paz cuando la pareja de amigos se va de putas con Glue, de Bicep, para enguantar la escena del sensual baile.

Un sueño apenas. La calle es durísima, y maneja sus códigos y aunque acá “nadie haya visto nada”, uno de esas leyes se basa en una lealtad férrea. Simone tiene un plan para hacerse con cierto dinero; pero de realizarse dejará a Marcelo fuera de ese circuito social que le soporta y en el que él se siente confortable. Entre dos aguas Marcelo pone precio a Sinome por consecuencias que deberá asumir a quebrar la lealtad a su comunidad. En una clase de elipsis, porque nos dice en segundos lo que pasa, vemos a Marcelo entrar y con un fundido salir de la cárcel.

Un año luego Marcelo vuelve a la cuadra, y esta le recibe como él se despidió. Y del otro lado Sinome le sigue tratando con el mismo irrespeto de siempre. Marcelo, seguramente curtido en la prisión, ya no es el poodle de antaño y quiere nivelar las cargas. Al no haber compensación de buena gana, la tomará por mano propia. Marcelo no está en condiciones de quedarse sin el pan y sin el queso. Garrone ama las fábulas, lanzará a finales de este año su versión de Pinocchio, y basado en ella deja su mensaje moral. Entonces, le entiendo a Garrone este mensaje moral: cierto es que el que saca a bailar el diablo no decide cuando sentarse; sin embargo, y por más viejo que sea, caben nuevos trucos cuando se está en el medio de la danza. Porque la vida siempre sorprende la pregunta que queda es ¿quién es el diablo acá?

Alguien me comentó que Dogman es deprimente. Y no. Retante, diría yo, exigente con el espectador al confrontarlo por la atracción que ejerce sobre la persona común el pervertido mientras evidencia la bestialidad a la que puede llegar cualquiera. Así, para seguir fiel a ese Neorrealismo de hoy Dogman necesita ser brutal y violenta y corrompida por cuanto retrato de la calle, del más puro barrio, y como consecuencia la escritura visceral propia del director napolitano. Una tremendísima película para una horrorosa fábula del cómo las decisiones a las que nos enfrentamos en la vida nos llevan a puertos que nunca hubiésemos creído lograr alcanzar dentro del juego eterno entre el bien y el mal que nos fascina. Y es que ser amigos de Juanito alimaña no es nada chévere.

Ficha Técnica

  • Dirección: Matteo Garrone
  • Duración: 102 minutos
  • Guion: Ugo Chiti, Massimo Gaudioso, Matteo Garrone
  • Género: Drama
  • Reparto: Marcello Fonte, Edoardo Pesce, Alida Baldari, Nunzia Schiano, Adamo Dionisi, Francesco Acquaroli
  • Música: Michele Braga
  • Cinematografía: Nicolaj Brüel
  • Montaje: Marco Spoletini
  • País: Italia
  • Año: 2018

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