Reseña “Winter boy” de Christophe Honoré – Entre la ausencia, la turbación y la osadía.


Por Daniel Andrés Ruiz Sierra (@TatoRuiz)

Para Lucas, el protagonista de la 14º película del francés Christophe Honoré (My Mother (2004), Love Songs (2007), Beloved (2011), Sorry, Angel (2018)), la muerte de su padre abre una puerta a su madurez y también al caos. La situación es tan cruel para ese protagonista, que incluso antes de la verdadera muerte, hay una suerte de previa. Una premonición. Una despedida que podría decirse agridulce y que también da pie a una (sin duda) conflictiva y (si se quiere) luminosa relación con los hombres.

En “Winter Boy” la ausencia de la figura paterna es el respectivo llamado a la turbación. Y de qué manera.

Estrenada mundialmente en la sección Contemporary World Cinema del Festival Internacional de Cine de Toronto 2022 y posteriormente en el Festival de San Sebastián, donde su protagonista se llevó (ex aequo con Carla Quílez de “La Maternal” (Pilar Palomero)), la Concha de Plata a la Interpretación Protagonista, cuenta la historia de Lucas Ronis para quien, como decía anteriormente, la muerte de su padre significa un quiebre en su vida.

Tras la muerte (un accidente de tránsito) viene la respectiva reunión familiar, los abrazos compasivos, los intentos por hacer creer que se está bien y luego la mezcla de impresión con conmoción. También llegan las discusiones, y es que, en esa reunión familiar, que también incluye la presencia de la madre (Juliette Binoche), empiezan a reaparecer ciertas tensiones con su hermano mayor, Quentin (Vincent Lacoste), que en cualquier caso nunca son demasiado profundas.

Entre el tire y afloje, Quentin decide proponerle a su hermano que deje la escuela (un internado) por unos días y se vaya con él a Paris. Y Lucas y la madre están completamente de acuerdo. Y es ese viaje una suerte de luz para Lucas, no solo porque supone el primer desprendimiento de su lugar de residencia, su lugar primigenio, sino que es la oportunidad de un primer vuelo; andar a sus anchas. Es en (lo que parece) ese primer vuelo cuando descubre el verdadero y más profundo deseo, encarnado en Lilio, el compañero de piso de Quentin, un hombre 12 años mayor a él y del que parece enamorarse perdidamente. Un tipo que, dicho sea de paso, también es homosexual. Con él, que además hace dibujos eróticos masculinos y tiene un talento musical que le inspira (y lo emboba), descubrirá también los límites y los arrojos propios de la adolescencia, la confusión y las intenciones de comerse el mundo cuando se está con la libertad a cuestas. En ese mareo, producto del deseo y la osadía de la adolescencia, Lucas también se descubre capaz de cosas totalmente límites para su corta edad.

Honoré, para quien esta película supone revelar, sustraer y desenterrar situaciones y emociones relacionadas a cómo vivió la pérdida de su padre (joven, como el protagonista), arma un relato y retrato que está lejos del artificio. Es tan cercano a la realidad misma que incluso incluye la realidad con tapabocas dada la pandemia por Covid 19 (la película fue rodada a finales del 2021).

En “Winter Boy”, su director se aleja completamente de la plasticidad y la farsa (muy común en su filmografía), dándole una pátina de naturalismo, resultado también de la introspección personal que se planteó hacer. La película, y su personaje principal, transitan por la dualidad del conflicto que trae descubrir y abrirse el mundo, de lanzarse al vacío sentimentalmente hablando, de dejarse tentar por la realidad de vivir un poco al límite. La película es tan personal y con muchas intenciones autobiográficas que incluso Honoré se interpreta como el padre de Lucas, haciendo, de alguna manera, una interpretación de su propio padre, una suerte de homenaje a esa figura largamente ausente.

Ahora, paralelo a todo lo anterior, y a esa sacudida emocional planteada por Honoré y de la que es difícil desprenderse, se le suma la participación de una Juliette Binoche, interpretando a una mujer derrotada, pero con una voluntad de verse valiente ante sus hijos. Una interpretación más que convincente (creo que con ella no hay forma de menos), que nunca le quita protagonismo a Paul Kircher, el protagonista y que es, realmente, lo mejor de la película. Es un actor que logra transmitir susceptibilidad, frustración, inocencia, y vitalidad.

Quizás no sea la mejor película de Honoré, sin embargo, es una obra llena de auténtica melancolía, potencia dramática, mucho dinamismo y vivacidad. La encuentran en MUBI Latinoamérica.

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