Reseña “Nuestra película” de Diana Bustamante – El error y el horror


Por Sandra M Ríos U
Twitter: @sandritamrios

Estaba a las puertas de terminar quinto de primaria cuando aconteció el magnicidio de Carlos Pizarro. En Cali, lo común ha sido el calendario B, es decir, el final de año es en junio. El momento ha permanecido intacto en mi memoria por más de 30 años. 26 de abril de 1990. De repente las monjas de la escuela ordenan que las clases se terminan y nos mandan de inmediato para las casas. Yo estudiaba a pocas cuadras de donde vivía mi abuela. Me iba a pie. Al salir, me impactó la imagen de un hombre que pasó corriendo, gritando: “¡Mataron a Pizarro!, ¡Mataron a Pizarro!”.

A medida que avanzaba se notaba la tensión en las calles, no eran ni las once de la mañana y me sorprendió que los vecinos comenzaran a encerrarse. Las calles parecían paralizadas. Mi abuela decidió que era mejor que me fuera a mi casa y me mandó en bus, al sur de la ciudad. En la ruta, por supuesto, era el tema. El conductor tenía la radio puesta y ahí supe que el asesinato se había ejecutado en un avión.


El hecho ocurría ocho meses después de otra imagen que nuestra generación no olvida, porque fue cubierta por los medios hasta la saciedad: el magnicidio de Luis Carlos Galán y 34 días después, además, del asesinato del presidente de la Unión Patriótica Bernardo Jaramillo Ossa. Yo hacía mi tránsito a la adolescencia con la separación de mis padres tras 19 años de matrimonio, un diagnóstico de epilepsia temporal que me llevaría a un largo tratamiento con neurólogo de cinco años, la oleada de violencia y la guerra entre el cartel de Cali y el de Medellín. La muerte de Galán y de Pizarro una generación no las olvida por su espectacularidad. Ambas delante de gente del común. Cualquiera de nosotros hubiera podido estar, junto a sus padres, en la plaza central de Soacha, donde Galán se disponía a dar su discurso, o en el avión comercial, en pleno vuelo, en el que fue ametrallado Pizarro.

La productora Diana Bustamante (Memoria, La tierra y la sombra, Los viajes del viento, El vuelco del cangrejo y un largo etc. en su carrera) dirige su primer largometraje, “Nuestra película”,  un ensayo que habla sobre nuestras imágenes, como las que llevo en mi memoria y contaminaron parte de mi niñez y adolescencia de sangre y muerte, que inician en 1988 y con el himno nacional cantado por un grupo de niños en las escaleras del Palacio de Justicia, que servía para dar apertura y cierre a la programación diaria de la televisión. Ese himno ronda omnipresente a lo largo de la película, mientras, y en un ejercicio minucioso de búsqueda y tratamiento de imágenes de archivo, se nos muestra, literal,  la película de horror que nos ha tocado vivenciar, queramos o no, porque al no existir más que dos canales en aquella época, todos en familia prácticamente consumíamos lo mismo, incluido el noticiero y hasta las novelas prohibidas.

El ensayo documental de Diana es una saturación de imágenes grotescas, mortificantes, chocantes, indignantes que dan cuenta de secuestros, amenazas, desplazamientos, masacres y nuevamente, mucha sangre y muerte, que para la directora implicaron una forma distinta de dar significado a esas manchas de rojo brillante en el pavimiento, de entender este país.

La película transcurre lánguidamente en una selección de imágenes que muestran la forma cómo los noticieros informaron sobre esta cruenta época del país, donde los cuerpos inertes de conocidos y desconocidos eran los protagonistas, al igual también que ríos de gente. Y ese torrencial de imágenes van perdiendo el sentido a propósito, porque se repiten, porque son las mismas, en otros lugares, con otros rostros. Es la misma violencia, la misma muerte, el mismo país. Entonces comienza esa sensación de no querer verlas más y ahí da paso, si uno se lo permite, a reflexiones que involucran al Estado, a la sociedad y a los medios. Sobre el cómo hemos divulgado esas imágenes, sobre la ausencia de un verdadero contexto de las mismas y sobre el escaso cuidado que se ha tenido con los niños, que a veces parecen no existir.

Entonces la película podría haberse llamado “Desazón” o “Apatía”, porque si bien lo que nos muestra es la Colombia de finales de los ochenta e inicios de los noventa, todo lo que ahí se muestra, peor aún, sigue haciendo parte de nuestra cotidianidad. Las generaciones posteriores a esas décadas conviven ahora con la sobreinformación, con la distorsión sobre el concepto de lo privado y la mala influencia de las redes sociales en un país extremadamente complejo, donde los distintos tipos de violencia siguen acaparando la información noticiosa y se exponen con crueldad, ahora no solo por los medios de comunicación, sino por cualquiera con celular en mano, y cuyo volumen es tal, que no alcanza nadie a procesarlas completamente.

Leer entrevista a Diana Bustamante

Diana hace caer en cuenta con esta película que como niños hemos crecido normalizando los conceptos de guerra, violencia y muerte, y que también los hemos procesado a nuestro modo, puesto que al ser el pan de cada día, no es que se dialoguen profundamente en la mesa familiar, más allá del impacto mediático que generan en su momento. Cuesta esta película, pero tiene la suficiente y extraña fuerza para permitirnos observarla meditándola. Parte de ese efecto proviene de su gran trabajo de montaje y del tono que se aleja, aunque no parezca, de la denuncia política pura y dura. Y no es que no sea una película política, sino que se acerca más a la reflexión, a una revisión de acciones, que estamos en la obligación de hacer permanente. Y si no se cree en esta necesidad de país y sociedad, basta no más con recordar el aterrador titular de esta semana donde se confirma que un “niño de 7 años fue abusado por menores de su misma edad, en un baño de su colegio”.  Solo es imaginar el entorno de estos niños, a lo que deben estar expuestos, a las distorsiones que tienen en su mundo y en su mente a tan corta edad, que los llevan a realizar ataques tan aberrantes como estos. Colombia es un país de constantes errores y horrores. 

El título de “Nuestra película” tiene una historia detrás que se conecta con el documental de los noventa de Luis Ospina y que me compartió Diana hace un par de días en diálogo para CineVista, pero sin duda también hace referencia a su profesión de crear e intervenir imágenes y la propuesta de diálogo que pretende abrir con ella, en medio de un país alta y peligrosamente polarizado.

Más de 600 horas de material recopilaron y rescataron con su equipo de investigación y un año medio de montaje tomó la película realizada 100% con material de archivo. 

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