Nov
3
2020
17:28
Por Daniel Andrés Ruiz Sierra (@TatoRuiz)
En el catálogo de un festival de cine nacional escribía el crítico y periodista colombiano, Pedro Adrián Zuluaga, que “nunca hasta ahora los personajes LGBTIQ+ habían hecho mella profunda en las narrativas del cine y la televisión mainstream…” y que además de celebrarse tal logro “conviene empezar a ser visto con ojo crítico”, y no puedo estar más de acuerdo con tal afirmación. Para reforzar su tesis, Zuluaga citaba uno que otro producto disponible en plataformas masivas como Netflix, donde abundan representaciones de sexualidades alternativas a partir de unas tendencias (salvo una que otra excepción) complacientes, algo baladí, y con atractivos visuales similares a comerciales de bombombunes.
También escribía Zuluaga que los giros más radicales de representación están ocurriendo en otros escenarios, y el de la región latinoamericana es precisamente uno de ellos, sobresaliendo Brasil, desde donde recientemente han aparecido propuestas como Sol alegria de Tavinho Teixeira, Breakwater de Cris Lyra, Tinta bruta de Filipe Matzembacher y Marcio Reolon, o A rosa azul de Novalis de Gustavo Vinagre y Rodrigo Carneiro, todas completamente disruptivas y ciertamente auténticas. Lo más reciente del brasileño Daniel Nolasco, Vento seco, se adjunta a la interesante lista previa. Una obra que reflexiona sobre los prototipos y cuerpos hegemónicos, y al tiempo establece una vinculación desafiante en un país que ha virado al conservadurismo y la mojigatería de la mano de un despreciable gobernante.
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